La Soledad de la Confusión
TR- CRISTINA, 24 de Abril de 2015. 23 años. Madre de una niña de 3 años.
Cuatro días antes de la cita. Cristina cogió la cuerda y subió al último piso de su casa. Ató fuertemente la cuerda a la barandilla del hueco de escalera. Ya no aguantaba más. Nadie lo sabía. Nadie sabía cuáles eran sus intenciones. Estaba sola.
Pero eso no es cierto. Nunca estamos solos. Siempre hay alguien que nos cuida, si estamos dispuestos a escucharles. Siempre hay un guardián que nos protege.
De pronto su perro dálmata empezó a llorar. La había seguido hasta el hueco de la escalera y allí estaba, llorando con una pena tan grande que le atravesó el corazón… y bajó a consolarlo. No podía irse sabiendo que él sufría tanto. Después subiría y acabaría con su vida de una vez.
Pero, el perro la hizo olvidar y así pudo llegar a verme cuatro días después.
Cristina vino porque su vida era un caos y había intentado suicidarse varias veces. Con una hija de 3 años, viviendo con sus padres que la apoyaban en todo, pero con una relación muy traumática con el padre de la niña y con la madre de éste. Metida en continuos juicios por la custodia de la niña y con un miedo atroz a que el padre y su abuela se llevasen a la niña.
La terapia empezó con el detalle de ese miedo. Contó todo lo que ella veía que sufría su propia hija cuando la obligaban a ir con el padre. Lo que le contaba cuando llegaba. Su lucha porque no se la llevaran, siquiera un día. A través de esa emoción, viajó por todos los traumas que había vivido en esta vida respecto a esa experiencia, e incluso reconoció que en un pasado había intentado suicidarse.
Trascurrido casi 2 horas de terapia, yo había empezado ya el cierre de la misma y entonces empezó a recordar.
Terapeuta: Dónde estás?
Cristina: No sé.
T: Fíjate bien. Mira a tu alrededor. Mira tus manos. ¿ Qué ves?
C: Veo arena bajo mis pies.
T: Eso es. Sigue ahí. Cuéntame. ¿Qué está pasando?
C: Estoy huyendo.
Y así empezó su otra historia. El origen de muchos de sus problemas en esta vida.
A través de pinceladas de tiempos anteriores, escenas vividas y vueltas a vivir, contó que era una reina madre en el Egipto faraónico. Que oyó como pretendían matar a su hijo de 8 años. Que su dolor fue tan grande que cogió una daga y mató al anciano que planificó la muerte de su hijo.
Descubrieron el cuerpo del anciano conspirador. Ella huía, estaba manchada de sangre, era solo cuestión de tiempo que la descubrieran y entonces, ¿Qué sería de su pequeño?
Entonces un guerrero la llamó, le dijo lo que tenía que hacer. Él se haría cargo de la culpa, era su guardián.
T: Mírale a los ojos. ¿Reconoces a alguien en su mirada?
C: No puede ser.
T: Por extraño que parezca. Dime, ¿a quién te recuerdan?
C ( totalmente perpleja): a mi perro dálmata.
T: Eso es, sigue adelante. ¿Qué está ocurriendo ahora?
C: Le están matando. ¡Han matado al guardia que intentaba protegerme! Huyo por los pasillos, por la arena. Me limpio, me lavo y, aunque sospechan de mí, no me detienen.
De forma casi imperceptible, adelantó en el tiempo 10 años. Sin embargo, para Cristina es un proceso de seguido, tanto que como terapeuta yo no me doy cuenta y fue más tarde, comentando el trabajo, ella misma me lo aclaró.
Dos personas se habían llevado a su hijo, pero no por la fuerza. Él debía cumplir con su deber y les acompañaba. Sin embargo, ella sabía que todo iba mal. Le iban a hacer daño a su pequeño y no podía hacer nada por evitarlo. (A pesar de que el niño ya era casi un hombre, ella seguía llamándole “mi pequeño”).
C: Estoy muy ansiosa. ¿Por qué no vuelve mi hijo ya? Algo va mal. Mi pequeño ( decía una u otra vez llorando, mientras me daba cuenta de que así es como llama continuamente a su hija en esta vida “mi pequeña”).
C: Hay revuelo ahí fuera, salgo y les veo, los dos hombres traen a mi hijo mal herido. Sé que han sido ellos, pero no puedo demostrarlo. Dicen que ha sido un accidente. Tengo a mi pequeño entre mis brazos. Está muy mal. Se me muere… aghhh… mi hijo se muere… (llorando). Muere en mis brazos y no he podido hacer nada por salvarlo. Cuánto dolor. No lo soporto.
T: Sigue. Avanza un poco más. ¿Qué está pasando?
C: Le estamos enterrando. No soporto este dolor. Quiero morir. No deseo vivir con este dolor. Todo el mundo se va. Me quedo sola frente a su tumba. No puedo vivir así.
T: ¿Qué ocurre ahora?
C: Cojo mi daga. (La cara se le ha transformado, ya no llora, solo hay determinación en su rostro. Hace el ademán de coger su puñal). Y me lo clavo en el pecho (haciendo el gesto como si se lo estuviese clavando). No puedo vivir sin mi pequeño. Le he fallado.
T: Eso es… Dime, ¿dónde estás ahora?.
C: Veo mi cuerpo. Me he desangrado. He muerto. Veo a mi hijo, pero no puedo ir con él.
T: ¿Y dónde vas tú?
C: A la oscuridad ( la oscuridad de la confusión).
T: ¿Cómo es esa oscuridad?
C: No hay nada. Sólo estoy yo, sola. Solo hay oscuridad.
T: Dime, si tú supieras ¿cuánto tiempo estás en la oscuridad?
C: Ufff… siglos.
T: Y, ¿cuándo sales de esa oscuridad? ¿Quién te ayuda?
C: Veo algo. Veo una mano que se tiende hacia mí. Me pregunta si estoy preparada para salir de allí. Le tiendo la mano y me lleva hacia la luz.
T: Dime, ¿quién te tiende la mano?
C: Ahhhh… es el guerrero. Es mi guardián. Es mi perro dálmata. ¿Cómo puede ser?
Tras esto, hago el proceso de recuperación de energía, dejar emociones y traumas, rescatar parte de su energía atrapada en el sufrimiento, el trabajo del perdón, el cierre y la armonización.
Y fue entonces cuando, en presencia de su madre y de la amiga que las había traído, nos contó que hacía cuatro días había intentado suicidarse otra vez y que fue su “guardián” el que lo impidió, al llorar a los pies de la escalera.
La hice ver en progresión cómo sería el futuro de su hija, de sus padres y hermana, si ella se suicidaba. Sobre todo teniendo en cuenta dónde había estado la última vez.
Han transcurrido más de cuatro meses desde ese día y ya nunca más ha intentado quitarse la vida. De hecho, ni lo piensa siquiera. Además, le ha desapareció el dolor que siempre tenía en el pecho.
Ha trabajado en su interior, se ha fijado objetivos de estudio en esta vida. Intenta cambiar su futuro. Y ha logrado encontrar algunos momentos de felicidad junto a su hija.
¿Casualidad? Juzgad vosotros mismos.
La cuestión es que, queramos o no, nuestra alma necesita hacer un trabajo y si nos dejamos llevar por ella, ponemos en marcha una energía que nos sacará de ese círculo vicioso del desconocimiento.
Si algo funciona, ¿para qué negarlo?
Fina Navarro.
viajerosdeluz@gmail.com
//viajerosdeluz.blogspot.com.es/2015/09/la-soledad-de-la-confusion.html
15/09/15
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